Y así se considera
a Maradona en Nápoles (y en Argentina): como una especie de Dios. Su figura es
y será un icono popular que comparte espacio con santos y divinidades y con
otros personajes del folclore local (espacio en el imaginario y también físico, en las tiendas de recuerdos). Y en ese punto, en el folclore napolitano
y por extensión italiano, se centra la película que traemos hoy. Se trata de la
última cinta del premiado y (creo yo) genial director y guionista italiano
Paolo Sorrentino: “Fue la mano de Dios”.
Discúlpame por lo
que voy a hacer, pero he de hablar no de Sorrentino sino de un genio italiano
eterno: Miguel Ángel. Seguramente, si preguntamos por una obra del inconmensurable artista, en la mayor parte de las
respuestas aparezca su David. Obra que deja sin respiración (al menos a mí me
lo produjo, el estar ante ella) representa para muchos la cima de su arte. ¿Eso
quiere decir que sea la mejor? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el hecho
de que el David sea una obra maestra no tiene por qué empequeñecer a, por
ejemplo, el Moisés o la Piedad del mismo artista. ¿No es cierto? Todas son
dignas de admiración por lo que son, incluso con las diferencias que hay entre
ellas.
¿Por qué he traído
este ejemplo de Miguel Ángel? Porque, estoy seguro, casi todos los que sean
preguntados por Paolo Sorrentino, lo asociarán a “La gran belleza”. Y así ha de
ser, porque es una obra mayúscula e inolvidable, y es posible que la cima de su
carrera, así como el David lo fue en su momento de Buonarroti. (No es mi
intención compararlos como artistas, que quede claro). Pero detrás de “La gran
belleza” hay más. Detrás de su estilo barroco y, en muchas ocasiones, excesivo
y ambicioso, había más. En varias de las cintas de Sorrentino podemos observar
ese apego por el exceso y algunos tics comunes, que se repiten en su
filmografía.
Pues bien, creo que
en “Fue la mano de Dios” quiso deshacerse con toda la intención de todos esos tics. Hubiese sido
triste que hundiese su talento intentando repetir la grandiosidad de “La gran
belleza”, y es de agradecer que no lo haya intentado, sino que haya ido al lado
contrario: al de la contención, al de la sencillez, al de la nostalgia, al de
la falta de artificios. Y así, al igual que podemos decir que el David es una
maravilla, y también lo son el Moisés y la Piedad, hoy digo que “La gran
belleza” es maravillosa, y la recién estrenada “Fue la mano de Dios” también lo
es. Y no se parecen en nada. No esperes nada similar.
Lo hace como hace todo Sorrentino: de forma franca y sincera, con cierto sarcasmo y sin esconder defectos; de una manera brillante. No sé cómo seguirá la carrera de este director italiano e internacional, pero ya es momento de ponerlo en el sitio que le corresponde: es imprescindible, digno de ser visitado en sus excesos (“La gran belleza”, “La juventud”) y también en su contención. Da la impresión de que aquí quiso explicar a alguien (o a todos) de dónde sale lo que lleva dentro, en qué momento nació su necesidad de mostrar cómo ve el mundo, e incluso de cómo es como persona. Me voy a permitir parafrasear a Jep Gambardella, su icónico personaje, y decir que aquí, en esta película, nos muestra Sorrentino que estaba "destinado a la sensibilidad".
Con la más famosa infracción futbolística de la historia de fondo, asistimos a ese nacimiento del deseo de ser director de Fabietto/Paolo, que ha de canalizar un dolor que no sabe si podrá asimilar. El asistir al rodaje de una película de Antonio Capuano resultó afortunadamente clave y la posterior (suponemos que imaginada) conversación con el director nos da la clave y una de las más poderosas escenas que podemos ver en los últimos años del cine. Elige tú cuál es el mejor Sorrentino. Pero ambos (exceso/contención) son para
disfrutar. En “Fue la mano de Dios” hay vida. ¿Se puede o debe decir que "La gran belleza" y "La mano de Dios", ambas, son obras maestras? No sé si se puede ni se debe, pero yo no me voy a quedar con las ganas de hacerlo: lo son.
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