viernes, 17 de diciembre de 2021

Fue la mano de Dios

 

Diego Armando Maradona fue un futbolista argentino, considerado por muchos como el mejor de la historia, que falleció recientemente. El 1 de julio de 1984 Maradona fue traspasado desde el F.C. Barcelona al Nápoles. Es difícil explicar qué efecto tuvo ese traspaso y los años que jugó el argentino en el equipo en cada uno de los habitantes de la ciudad, una ciudad deprimida por aquellos años y casi siempre menospreciada por sus vecinos. 

Su figura se convirtió desde el principio en una a la que adorar, una mezcla de divinidad y de santo profano. Además, el momento álgido de su carrera se dio en esos años, durante su estancia en Nápoles, ya que en el Mundial de Fútbol celebrado en México 86 dio lo mejor de sí mismo y llevó al equipo de su país a conquistar la Copa del Mundo. Al año siguiente llevó al modesto Nápoles a lo más alto de su país.

 

De todos los momentos que se recuerdan de ese acontecimiento (el Mundial 86)hay dos que destacan sobre los demás, y ambos se dieron en el partido que enfrentó a Argentina e Inglaterra (hay que recordar que tan solo hacía unos años que los dos países se habían enfrentado en la Guerra de las Malvinas): uno es el considerado mejor gol de Maradona, deshaciéndose con pundonor y recursos de cuantos rivales salían a su paso, y el otro, una imagen para el recuerdo: cómo el atacante argentino recibe un centro al área y, debido a su baja estatura, no alcanza a cabecear por poco. Dándose cuenta de ello, Maradona usa su mano para empujar el balón a la red, lo que evidentemente es irregular y debería haber sido señalado como infracción. No fue así. Argentina, gracias a ambas acciones, se clasificó y finalmente consiguió el título. Esa jugada, esa mano, es recordada desde entonces como La mano de Dios.

 

Y así se considera a Maradona en Nápoles (y en Argentina): como una especie de Dios. Su figura es y será un icono popular que comparte espacio con santos y divinidades y con otros personajes del folclore local (espacio en el imaginario y también físico, en las tiendas de recuerdos). Y en ese punto, en el folclore napolitano y por extensión italiano, se centra la película que traemos hoy. Se trata de la última cinta del premiado y (creo yo) genial director y guionista italiano Paolo Sorrentino: “Fue la mano de Dios”.

 

Que haya dedicado tantas líneas a la figura de Maradona no quiere decir, ni mucho menos, que tenga tanta importancia en la película. Es tan solo una de las piezas del tablero que nos presenta Sorrentino: se vale de sus propios recuerdos para mostrarnos una ficción en la que hay parte de biografía. Fabietto Schisa es su alter ego, y nos trasladamos con él al barrio donde creció el director, en los años de la efervescente adolescencia, en los que además de un despertar sexual habitual en esa etapa de la vida nos muestra un acontecimiento que lo define como persona y como artista, definitivo en su vida, y al que vale la pena asistir.

 

Discúlpame por lo que voy a hacer, pero he de hablar no de Sorrentino sino de un genio italiano eterno: Miguel Ángel. Seguramente, si preguntamos por una obra del inconmensurable artista, en la mayor parte de las respuestas aparezca su David. Obra que deja sin respiración (al menos a mí me lo produjo, el estar ante ella) representa para muchos la cima de su arte. ¿Eso quiere decir que sea la mejor? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el hecho de que el David sea una obra maestra no tiene por qué empequeñecer a, por ejemplo, el Moisés o la Piedad del mismo artista. ¿No es cierto? Todas son dignas de admiración por lo que son, incluso con las diferencias que hay entre ellas.

 

¿Por qué he traído este ejemplo de Miguel Ángel? Porque, estoy seguro, casi todos los que sean preguntados por Paolo Sorrentino, lo asociarán a “La gran belleza”. Y así ha de ser, porque es una obra mayúscula e inolvidable, y es posible que la cima de su carrera, así como el David lo fue en su momento de Buonarroti. (No es mi intención compararlos como artistas, que quede claro). Pero detrás de “La gran belleza” hay más. Detrás de su estilo barroco y, en muchas ocasiones, excesivo y ambicioso, había más. En varias de las cintas de Sorrentino podemos observar ese apego por el exceso y algunos tics comunes, que se repiten en su filmografía.

 

Pues bien, creo que en “Fue la mano de Dios” quiso deshacerse con toda la intención de todos esos tics. Hubiese sido triste que hundiese su talento intentando repetir la grandiosidad de “La gran belleza”, y es de agradecer que no lo haya intentado, sino que haya ido al lado contrario: al de la contención, al de la sencillez, al de la nostalgia, al de la falta de artificios. Y así, al igual que podemos decir que el David es una maravilla, y también lo son el Moisés y la Piedad, hoy digo que “La gran belleza” es maravillosa, y la recién estrenada “Fue la mano de Dios” también lo es. Y no se parecen en nada. No esperes nada similar.

 

La nostalgia y el amor que desprende esta última cinta hacen un poco más grande la figura de un Sorrentino que no agota su talento, sino que echa mano de él para cantar su amor a la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida (yo visité la ciudad hace muchos años y es emocionante cómo dibuja sus calles, a sus gentes, sus costumbres) y a sus vecinos, a su adolescencia y a esa forma de vivir tan peculiar, en la que se sacaban los televisores en color a la misma calle para gritar como milagro que un futbolista marcase un gol con la mano. Y, sobre todo, parece una promesa que tenía que cumplir: recordar a sus padres y con ello hacerlos inolvidables. Por cierto, no creo que hubiese podido ser otro actor el que interpretase a su padre.

 

Lo hace como hace todo Sorrentino: de forma franca y sincera, con cierto sarcasmo y sin esconder defectos; de una manera brillante. No sé cómo seguirá la carrera de este director italiano e internacional, pero ya es momento de ponerlo en el sitio que le corresponde: es imprescindible, digno de ser visitado en sus excesos (“La gran belleza”, “La juventud”) y también en su contención. Da la impresión de que aquí quiso explicar a alguien (o a todos) de dónde sale lo que lleva dentro, en qué momento nació su necesidad de mostrar cómo ve el mundo, e incluso de cómo es como persona. Me voy a permitir parafrasear a Jep Gambardella, su icónico personaje, y decir que aquí, en esta película, nos muestra Sorrentino que estaba "destinado a la sensibilidad". 


Con la más famosa infracción futbolística de la historia de fondo, asistimos a ese nacimiento del deseo de ser director de Fabietto/Paolo, que ha de canalizar un dolor que no sabe si podrá asimilar. El asistir al rodaje de una película de Antonio Capuano resultó afortunadamente clave y la posterior (suponemos que imaginada) conversación con el director nos da la clave y una de las más poderosas escenas que podemos ver en los últimos años del cine. Elige tú cuál es el mejor Sorrentino. Pero ambos (exceso/contención) son para disfrutar. En “Fue la mano de Dios” hay vida. ¿Se puede o debe decir que "La gran belleza" y "La mano de Dios", ambas, son obras maestras? No sé si se puede ni se debe, pero yo no me voy a quedar con las ganas de hacerlo: lo son.

No hay comentarios:

Publicar un comentario