martes, 4 de enero de 2022

No mires arriba

 Una licenciada en Astronomía está recabando datos para el proyecto de posgrado en el que está inmersa. A pesar de la poca variabilidad de la especialidad que escogió, una de las tantas noches en las que observa una pantalla del cosmos ocurre algo excepcional: Kate Dibiasky/Jennifer Lawrence (la estudiante) se da cuenta de que lo que ve no puede ser otra cosa que un cometa. Un cometa que no está catalogado hasta ese momento. El cometa Dibiasky.

 

El equipo que trabaja con ella celebra la noticia y el profesor que dirige los estudios (Randall Mindy/Leonardo DiCaprio) se propone analizarlos en profundidad. Pronto descubre que, lo que parecía una noticia maravillosa (una de sus estudiantes con un cometa a su nombre) se puede convertir en una pesadilla: la órbita del cometa lo dirige (si los cálculos son correctos) directamente a impactar con el planeta tierra, lo que supondría una catástrofe sin precedentes, capaz de aniquilar a los seres vivos que la poblamos.

 

Desde ese instante comienza una carrera contrarreloj para poner en alerta del descubrimiento, ya sea a instancias políticas o periodísticas, intentado divulgar el peligro con todos sus sentidos. En el principio de su tarea (y de la película) parece que no obtendrán el éxito deseado. Veremos a medida que avance el tiempo y se acerque el irremediable impacto.

 

Hay muchísimas cosas que me impulsaban a no ver esta película: está en boca de todos, para mal o para bien, y parece una especie de obligación verla y opinar. Eso para mí siempre supone un cartelito que dice “No la veas, o espera a que pase la ola y la disfrutarás como merece o como no merece”. Además, en este caso, opinar (te habrás dado cuenta) sobre el metraje es ponerse de un lado de la balanza: amas y defiendes la película a capa y espada o la odias y expresas lo deplorable que es. La campaña de Me encanta o La odio que lleva consigo esta película es difícil de explicar, y por mucho que yo intente recordar no me viene a la mente otro caso similar. Así que… ¿por qué me decidí a verla?

 

Pues porque en su elenco se encuentra Leonardo DiCaprio que, además de ser un ídolo de adolescentes en sus inicios, con los años fue eligiendo papeles que le otorgan dignidad profesional y a nosotros nos regalan interpretaciones como mínimo buenas. Creo, y no sé si estarás de acuerdo, que DiCaprio es miembro de ese minúsculo club de actores y actrices que destacan entre la industria cinematográfica estadounidense. Vamos, que vale la pena ver muchas de sus películas. Y esa fue la razón principal (o la única) por la que me salté mis reticencias. Por cierto, tanto él como sus compañeros están fabulosos en sus papeles.

 

¿Y qué puedo decir del resultado? En una sociedad tan polarizada como la que estamos, en la que se exagera hasta el máximo el punto de vista de cada uno suele haber dos visiones enfrentadas, irreconciliables,  que cada una de ellas funciona como una bola de nieve que va en dirección contraria a la otra: cuanto más opina el que no opina como tú, más exageras tu opinión. ¿No crees que es así? Y esa actitud, que se extiende por todos los ámbitos (el primero el político, evidentemente) lo mancha todo. También algo tan, a priori, lejano a prestarse a polémicas como una película.

 

Así que, como decía antes, hay un porcentaje de personas que ven “No mires arriba” como la mejor película de los últimos años, como algo que hay que ver sí o sí, y su crítica (en versión humorística) la ven como una genialidad que puede abrir muchos ojos. Hay otro porcentaje grande grande de personas que la ven justo de forma opuesta: no ven ninguna virtud y su crítica la ven como interesada y prescindible. Pues bien, a mí por suerte o por desgracia la mente se suele poner involuntariamente en una posición que está lejos de cualquier mayoría. Y aquí, también.

 

“No mires arriba” no es una gran película. Tampoco es una película deplorable. Creo que es una película entretenida, que tan solo busca ese entretenimiento, con una visión caricaturesca de la realidad que, desgraciadamente, no está muy lejos de lo que sucede hoy día. Su visión de la sociedad es lo contrario a sutil y aparece un tanto infantilizada (en este caso deliberadamente) como suele suceder en el cine estadounidense. También creo que los seguidores de esas dos caras de la realidad en la que estamos sumidos la verán como una crítica al bando contrario, y nunca al propio. Yo creo que es una crítica voraz de lo que representa esa bipolaridad: el triunfo de las ideologías (las dos o dos y algo si prefieres) sobre el razonamiento, sobre el pensamiento crítico. Vamos, que si ves a Trump y no a Biden (y por extensión el presidente de tu país o al presidente de un partido contrario) en la presidenta interpretada por Meryl Streep  creo que te saltas algo.

 

No deja de sorprenderme esta sociedad actual, binaria, en la que tan solo caben ceros y unos, tan diferentes uno de otro, y cómo se lleva al extremo cualquier cuestión. Hasta ahora no me hubiese imaginado que el cine entrase en esa noria (bueno, bien pensado hace un par de años hubo discusiones sobre el color de un vestido, por ejemplo) pero es una noria que arrasa con todo y con todos, con la intención de llevarnos a su terreno. Y el terreno de la discusión de “No mires atrás” es, paradójicamente, un éxito: su empresa logró que en unos días millones de personas la hayan (hayamos) visto. Incluso yo, que fantaseo con considerarme ajeno a estas cosas, caí en la trampa. Así que, binario o no, es un éxito económico y de público indiscutible. Y como película, creo, ni fu ni fa. Entretenida.

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