domingo, 30 de enero de 2022

After life

 

Ricky Gervais es uno de los humoristas más irreverentes, maleducados a su manera, brutales en sus sentencias y sarcásticos del mundo. Me imagino a cualquier persona pública que escuche su nombre en uno de los monólogos de Gervais temeroso tapar sus oídos deseando no escuchar las barbaridades que, en el nombre del humor, se le ocurren sobre esa persona.

 Para la historia quedarán los años en los que presentó la gala de entrega de los Globos de Oro, en las que se podía ver  el rostro desencajado del actor/actriz/director/directora/guionista nombrado sin saber dónde meterse y pensando en, probablemente, si era conveniente poner una demanda al británico o no. Pero eso (desafortunadamente para mí) ya es pasado.


Esa imagen, ese personaje creado por Gervais, capaz de incomodar a cualquiera, fue utilizado en numerosas ocasiones, y seguramente la más célebre es en The Office, en la que interpretaba al responsable de una sucursal de una pequeña empresa. Ese jefe con el que jamás empatizaríamos pero con el que nos reímos hasta la saciedad con su falta de tacto y sus pensamientos políticamente incorrectos (aunque él no sea consciente de ello) es el sello de Ricky Gervais. Un personaje falto de humanidad. Sin rastro de ella.


¿Qué pasaría si a ese faltón y descarado personaje le sumamos humanidad? Pues probablemente esa idea pasó por la cabeza del humorista al crear el personaje de Tony en la serie que traemos hoy. Porque Tony es capaz de hacer llorar a muchas personas con las que se cruza con su ironía y sarcasmo cáusticos. Pero además de ello, Tony acaba de perder a su mujer. Falleció de cáncer hace poco y nuestro personaje no es capaz de aferrarse a la vida desde ese momento. Tan solo ahoga esos momentos que no puede considerar vida en botellas de vino y camina en el filo del suicidio mientras ve con nosotros los videos que le dejó grabados Lisa para hacer más llevadera su ausencia.


En esa depresión comienza After Life, y pronto nos damos cuenta de que lo único que impide que Tony acabe con su vida es la dependencia que tiene su perra: sin él se moriría de hambre. Así que cada día, cada video que ve, son una victoria ante la depresión. Su (hay que decirlo, poco envidiable) trabajo en una publicación local en la que se encarga de entrevistar a personajes curiosos es para él un lastre. Seguramente todo esto que estoy contando haga parecer que es un dramón infumable en el que lloramos en cada capítulo. Pero no. Tony es implacable con todo el que se cruza con él. Heredero del humor irreverente de los personajes anteriores de Gervais, creo que lo lleva al máximo nivel, lo que hace que haya un equilibrio en la serie que no me esperaba.


La serie cuenta con la baza de ese humor (esperado) y también con las bazas de unos personajes secundarios magníficos y una sensibilidad (inesperada) que algunos puedan calificar de sensiblería. No es el caso. Me parece una mezcla muy madura en la que tenemos un cóctel de sensaciones que no está mal vivir. Hay que decir que, hasta el momento, llevamos tres temporadas de seis capítulos cada una con unos veinte minutos (poco más de dos horas por temporada) y las tres, a mi modo de ver, son magníficas.


No sé si da más de sí la serie, no sé si se puede alargar más o no, pero sí sé que la mezcla que propuso Gervais, esa forma de darle madurez, sensatez y humanidad nos trae a una especie de superhéroe maleducado y borde capaz de encararse con quien sea en nombre (paradójicamente) de las buenas costumbres es un acierto. Y si se queda en tres temporadas, será inolvidable. Si hay una cuarta, la veré. Muy recomendable.



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