viernes, 22 de abril de 2022

Drive my car

Para hablar de “Drive my car” hay dos opciones: o explicar la trama con detalles, corriendo el riesgo de contar algún dato de más, o limitarse a hablar de generalidades. Creo que me voy a ceñir a dar tan solo unos datos que seguro no van a echar por tierra ningún misterio de la película. Kafuku es un prestigioso actor en su país, ya en la mediana edad, que acumula una potente carrera en las pantallas y, sobre todo, en los teatros de su país.

 

Uno de sus personajes más celebrados es el de protagonista en la adaptación de la obra de Anton Chejov “Tío Vania”. En cuanto a su vida personal, vive con su esposa, Oto, y no tienen descendencia. Oto es guionista y últimamente desarrolla su trabajo en series de televisión, alguna de éxito entre los adolescentes. Una de las particularidades de la pareja es que Oto graba cintas de cassette para que Kafuku practique su papel durante los trayectos en su coche.

 

Así que ya tenemos a dos de los personajes clave de “Drive my car”, aunque nos falta una clave que no se puede considerar personaje: se trata del Saab 900 de color rojo intenso (con un techo corredero que nos regala una escena maravillosa), antiguo pero impoluto por el extremo cuidado con el que lo trata Kafuku. Adora conducirlo, mimarlo. Sin embargo, llega un momento (no seas impaciente, ya sabrás la razón) en el que debe de dejar su puesto de conducción a otra persona: se trata de Misaki, una joven callada, reservada y eficiente que se convierte en chófer por obligación durante la preparación del próximo proyecto de Kafuku: una particular y original representación de “Tío Vania” plurilingüe en la que no será protagonista, sino director.

 

La relación entre chófer y pasajero mientras escuchan la voz de Oto en el reproductor de cassette original de Saab 900 es el hilo conductor de una cinta que llega a las tres horas. Sí, tres horas. Si ese tiempo no te desanima a ver la película, hay que decir que el silencio y la lentitud son partes también de la receta, en una cinta en la que parece que no pasa nada o el espectador puede llegar a pensar que el argumento se puede resumir en una frase. ¿Sigues sin desanimarte? Pues en ese caso tal vez “Drive my car” sea una de las películas que necesitas ver.

 

“Drive my car” está basada (aunque de forma ligera) en un relato del escritor japonés Haruki Murakami. Si lo conoces, ya sabes qué tipo de narración y qué tipo de personajes nos suele presentar, y los que habitan en esta película son, creo, los personajes de Murakami mejor llevados a la pantalla. También creo que “Drive my car” es la mejor adaptación de cualquier obra o relato del escritor nipón (hasta el momento ese puesto lo ocupaba “Burning”), al que tengo medio aprecio.

 

Me explico. Murakami tiene dos narraciones diferentes: una digamos terrenal, palpable, humana, y otra que vive en un mundo onírico, simbólico y un universo muy particular y reconocible. Aprecio mucho la parte humana, pero la parte onírica me cansa y llegó un momento en el que pensé que, de ser extirpada de sus obras, sería mucho más brillante. No sé si mucha gente opina lo mismo, pero es lo que me provoca a mí.

 

Así que es para mí una buena noticia que en esta película la parte que el director japonés Ryüsuke Hamaguchi decide llevar al guion que él mismo escribió (con ayuda) sea la que me interesa a mí: esos personajes muy reconocibles y que sangran por dentro. Hamaguchi tiene un merecido prestigio alcanzado sobre todo con su obra “Happy hour” (si te parecen demasiado los 180 minutos de “Drive my car” no te digo nada de los 317 repartidos en tres cintas de “Happy hour”) y con esta historia consigue una dirección solvente y eficiente, contenida y madura: excelente. 


Los temas universales de la pérdida y la culpabilidad, el duelo y la cura, la resiliencia ante las situaciones difíciles y la búsqueda interior de los personajes están enmarcados en una historia en la que el director nos dibuja un entorno gris y un tanto deprimente a menudo perturbado tan solo por el rojo del coche que sirve de transporte por la narración (como curiosidad en el relato original el Saab era de color amarillo, aunque creo que el contraste elegido por el director resulta más atractivo).

 

Como decía antes, las tres horas, la lentitud, el argumento en el que no hemos de esperar mucha acción (ninguna, de hecho) son cosas que entiendo que echan a muchas personas atrás. Sin embargo son características comunes de las películas japonesas que llegan a estas tierras (como común es que haya siempre una escena de comida en las películas japonesas que he visto; ¿alguien me puede confirmar una película japonesa en la que no salga escena comida?) que a mí me tienen fascinado desde hace muchos años.

 

“Drive my car” me parece una excelente película, que se suma a las decenas que he visto en los últimos años llegadas del archipiélago japonés (acabo de leer que son más de 6800 islas) y que me hacen apreciar la sencillez y el tratamiento tan poético de las imágenes, de los personajes puestos ante el espejo (en esta película literalmente, ya que los espejos tienen cierta importancia) de las costumbres, el acceso que tenemos a la sensibilidad que nos regalan y que nos pone al alcance colores, detalles nimios e incluso olores de una forma maravillosa. Así que, si quieres disfrutar de ese cine en minúsculas que busca más la reflexión que el impacto, tal vez sea una buena opción que te decidas por la obra de Hamaguchi.

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