Hace ya varias décadas que
nuestro idioma se ve erosionado por expresiones de otras lenguas (especialmente
del inglés) y da la impresión de que hemos dejado de construirlas en nuestro
idoma. Te preguntarás qué pintan estas líneas en la opinión sobre una serie,
pero el género en el que se enmarca se podría llamar “de aprendizaje”, “paso a
la edad adulta”, “poner los pies en el suelo”, o seguramente expresiones más
acertadas. Sin embargo, yo no encuentro ninguna otra que la que se usa
habitualmente, y sí, es en lengua inglesa: coming of age.
Es imprescindible para formar parte de que ello al
menos uno de los personajes protagonistas sea adolescente y en “In my skin” la protagonista es Beth
(Betham Gwyndaf), una chica de 16 años que intenta mezclarse con sus amigos y
compañeros de clase, de barrio, de vida. Sin embargo (ella misma nos lo dice ya
desde el principio) para ello usa la mentira, y construye una vida fabulosa a
ojos de sus amigos que no tiene nada que ver con su realidad, una realidad que se cuida mucho de mantener alejada de los ojos de sus compañeros.
Si tenemos en cuenta que la mayor
parte de los protagonistas está en la edad de Beth, o sea, son adolescentes, que la mayor parte de las escenas
se desarrollan en el instituto o los parques del pueblo en el que residen, y
que los primeros amores de Beth son parte de la trama de la (corta) serie,
seguramente (junto con la etiqueta de coming of age) te hagas una idea
equivocada de lo que es esta historia. Porque “In my skin” es mucho más que una
serie de adolescentes: es una serie magnífica.
Empezando por el hecho de que la
producción corre a cargo de la BBC, lo que
suele ser casi equivalente a que el resultado destila calidad a grandes dosis,
y siguiendo por haber sido galardonada con el premio Bafta a la mejor serie
dramática, voy a intentar sintetizar lo que he visto en los (tan solo) diez
capítulos de los que consta esta historia (en dos temporadas). Quiero empezar el repaso por Beth: un personaje MA-RA-VI-LLO-SO, capaz de concentrar miles de
pensamientos y producirnos una montaña rusa de sentimientos. Hay que destacar
el trabajo de la (desconocida hasta esta serie) actriz protagonista, que
simplemente lo borda; extrae del personaje muchas cosas que (creo) no pueden
ser escritas en un papel. Así que su mérito es mayúsculo.
También he de decir que es una
serie durísima, aunque tiene el don de sacarnos algunas sonrisas en momentos en
los que la necesitamos. De verdad que se necesitan, porque es difícil de
digerir. Tan difícil de digerir que no se puede salir indemne de ver “In my
skin”. Es una historia basada en la propia vida de la creadora: Kayleigh Llewelyn, que dedica la serie, en una escena final que se queda grabada en la retina o se cuela en las venas, a su propia madre. Además hay que añadir que tiene un estilo particular y muy atractivo, con un ritmo acertado aderezado con (a veces divertidas y a veces lo contrario) imágenes de lo que pasa por la cabeza de Beth en determinadas situaciones (lo
que desearía) seguido con imágenes de lo que realmente pasa. Y, por último, el
contado número de veces en las que Beth se permite mirarnos a los ojos y la forma en la que lo hace es un
recurso, a falta de otro adjetivo, magistral.
En conjunto nos queda una serie
imperdible. De esas que nos restauran la esperanza en el cine, en la pequeña
pantalla, o incluso en la literatura (el conjunto del guion y la interpretación
de Gabrielle Creevy me parecen muy literarios, de libro de peso) y una sorpresa
en cuanto a calidad. Me he cuidado mucho de desvelar gran cosa, simplemente el
hecho de que es una serie en la que los protagonistas son adolescentes y que
Beth miente, pero te va a costar unos segundos averiguarlo. Si me lo permites
te sugiero que, en lugar de buscar más información de la serie, intentes darle
una oportunidad. Un capítulo. Media hora. A ver si puedes parar de verla.
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