Dicho movimiento abogaba por
presentar películas ceñidas a una serie de normas (Manifiesto Dogma) que daban
derecho a un sello de autenticidad, de cumplir con el llamado “Voto de castidad”
durante el proceso de rodaje y producción. Para resumir los procesos
imprescindibles podemos nombrar algunos como el hecho de tener que ser rodadas
en escenarios naturales y no en estudios, el deber tener sonido e iluminación originales
y no artificiales, prescindir de efectos especiales e incluso de trípodes para
las cámaras o la prohibición de pertenecer a algún llamado género
cinematográfico. Con algunos altibajos y algunas modificaciones, el movimiento
Dogma duró unos diez años, aunque el efecto que tuvo en el cine todavía
perdura.
El movimiento se hizo
internacional (viral diríamos hoy) con la película de Von Trier “Rompiendo las
olas”, que presentó todos los ingredientes con una historia poco convencional y
una interpretación de una por entonces desconocida Emma Watson simplemente
inolvidable. Con esa película el director danés inició la llamada Trilogía del
Corazón, que continuó con “Los idiotas”, y cerró con la película que traemos
hoy: “Bailar en la oscuridad”.
Mientras tanto, Selma va
perdiendo la vista. El sentido que la está abandonando potencia el sentido del
oído, y los sonidos adquieren una importancia vital para ella. Además, el amor
de Selma por la música y los musicales de la edad de oro de Hollywood
convierten esos sonidos en partituras que acompañan a su imaginación.
Como puedes ver, es un argumento
podrías verlo en una de esas películas que se emiten en la televisión los
sábados por la tarde, en las que hay que tener un paquete de pañuelos cerca
para poder verla. Vamos, un ultramelodrama. Y así es. “Bailar en la oscuridad” es triste, es un drama de
esos que ponen los pelos de punta. Pero no solo es eso. Es una película
sorprendente y brutal. Original hasta el límite, un límite en el que yo
personalmente disfruto cada vez que la veo, y que me sorprende en cada
visionado.
Lástima no haber gozado de tantos
sentimientos, imágenes inolvidables y canciones tan particulares como su
protagonista y como la música (¿todavía no he dicho que es un musical? Lo es) de ésta: la cantante islandesa Björk, en la que
si no me equivoco es su única película, y se atrevió con un papel principal y complejo. Creo que no hay persona en el mundo que
encajase en ese papel como ella. Soy de la opinión de que sin Björk la película hubiese sido un
auténtico desastre. Con ella, creo que es una maravilla. También hay que destacar el buen trabajo de Catherine Denueve y el probablemente único papel de Peter Stormare en el que no hace de maleante. Como todo el cine de su autor, es
imposible que deje indiferente, y como es habitual en él consigue remover conciencias (en
muchas ocasiones también remueve entrañas). Es de esas películas que hay que
ver.
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