viernes, 7 de octubre de 2022

Bailar en la oscuridad

 

Lars Von Trier es un director de cine y guionista con una carrera bastante amplia. A lo largo de sus más de sesenta años de vida nos ha presentado decenas de películas, siendo una constante el no dejar a nadie indiferente. Además, la polémica es uno de los ingredientes en sus ruedas de prensa desde hace bastantes años, ya que suele hacer declaraciones poco diplomáticas y muy controvertidas, como también lo son sus películas. Aparte de eso, Lars Von Trier será recordado, creo yo, por ser uno de los dos fundadores del movimiento Dogma (95) junto a su compatriota Thomas Vinterberg.

 

Dicho movimiento abogaba por presentar películas ceñidas a una serie de normas (Manifiesto Dogma) que daban derecho a un sello de autenticidad, de cumplir con el llamado “Voto de castidad” durante el proceso de rodaje y producción. Para resumir los procesos imprescindibles podemos nombrar algunos como el hecho de tener que ser rodadas en escenarios naturales y no en estudios, el deber tener sonido e iluminación originales y no artificiales, prescindir de efectos especiales e incluso de trípodes para las cámaras o la prohibición de pertenecer a algún llamado género cinematográfico. Con algunos altibajos y algunas modificaciones, el movimiento Dogma duró unos diez años, aunque el efecto que tuvo en el cine todavía perdura.

 

El movimiento se hizo internacional (viral diríamos hoy) con la película de Von Trier “Rompiendo las olas”, que presentó todos los ingredientes con una historia poco convencional y una interpretación de una por entonces desconocida Emma Watson simplemente inolvidable. Con esa película el director danés inició la llamada Trilogía del Corazón, que continuó con “Los idiotas”, y cerró con la película que traemos hoy: “Bailar en la oscuridad”.

 

Es difícil expresar lo que hay en esta película sin que parezca que queremos desmerecerla: es un poco (o mucho) tramposa y su argumento se podría resumir en dos líneas: una mujer checa recibe la noticia de que tiene una enfermedad visual que le hará perder totalmente la visión en poco tiempo. A pesar de eso, no es la peor noticia: la enfermedad es hereditaria, y su hijo sufrirá su mismo destino a menos que sea operado en los Estados Unidos. Ella, Selma, se convierte en inmigrante e intenta ahorrar cada dólar para poder realizar esa operación.

 

Mientras tanto, Selma va perdiendo la vista. El sentido que la está abandonando potencia el sentido del oído, y los sonidos adquieren una importancia vital para ella. Además, el amor de Selma por la música y los musicales de la edad de oro de Hollywood convierten esos sonidos en partituras que acompañan a su imaginación.

 

Como puedes ver, es un argumento podrías verlo en una de esas películas que se emiten en la televisión los sábados por la tarde, en las que hay que tener un paquete de pañuelos cerca para poder verla. Vamos, un ultramelodrama. Y así es. “Bailar en la oscuridad” es triste, es un drama de esos que ponen los pelos de punta. Pero no solo es eso. Es una película sorprendente y brutal. Original hasta el límite, un límite en el que yo personalmente disfruto cada vez que la veo, y que me sorprende en cada visionado.

 

Seguramente “Bailar en la oscuridad” no sea una de las películas preferidas de muchas personas. Seguramente muchos la vean aburrida, puede que incluso vean su tono un poco grotesco o ese límite bordeando el ridículo (eso lo saco de comentarios de gente que la han visto y no disfrutado durante los veinte años que han pasado desde su estreno).  Sin embargo siempre pienso que es una pena que no puedan disfrutar de tanta belleza como hay en las dos horas y media del metraje.

 

Lástima no haber gozado de tantos sentimientos, imágenes inolvidables y canciones tan particulares como su protagonista y como la música (¿todavía no he dicho que es un musical? Lo es) de ésta: la cantante islandesa Björk, en la que si no me equivoco es su única película, y se atrevió con un papel principal y complejo. Creo que no hay persona en el mundo que encajase en ese papel como ella. Soy de la opinión de que sin Björk la película hubiese sido un auténtico desastre. Con ella, creo que es una maravilla. También hay que destacar el buen trabajo de Catherine Denueve y el probablemente único papel de Peter Stormare en el que no hace de maleante. Como todo el cine de su autor, es imposible que deje indiferente, y como es habitual en él consigue remover conciencias (en muchas ocasiones también remueve entrañas). Es de esas películas que hay que ver.

 

 

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