miércoles, 28 de diciembre de 2022

Qué bello es vivir

 

George Bailey vive en un pequeño pueblo de Ohio, Bedford Falls, un lugar que desde bien joven siente que se le queda pequeño. Su sueño es conocer mundo, acudir a la universidad a cursar estudios y conseguir un empleo bien remunerado en una gran ciudad. Lo tiene todo excelentemente planeado y, a tenor de su actitud, en la que priman los valores como el altruismo y el estar disponible en todo momento para lo que necesiten los demás, todo apunta a que sus deseos se harán realidad.

 

Sin embargo los planes no siempre se cumplen, y por una serie de circunstancias George se ve atado una y otra vez a un destino que no parece el suyo: la empresa familiar regentada por su padre y en la que también trabaja su tío está siempre a punto de desmoronarse. Es una especie de cooperativa que presta dinero a sus vecinos para que realicen sus proyectos más inmediatos, aunque no sean productivos para el prestamista. Cuando George celebra la fiesta de despedida para ir a la universidad, su padre fallece y no le queda otro remedio que ocuparse de la gestión de la cooperativa.

 

Tras unos años luchando por sacarla adelante, ya con una familia formada, y resistiendo las embestidas del tiburón económico del pueblo (un Henry F. Potter que usa todas sus artes para acabar con la pequeña empresa y que sea absorbida por el banco que posee y, con ello, hacerse también con sus clientes), llega un momento en el que George colapsa y decide acabar con su vida. Es el día de Nochebuena y ese es el momento en el que comienza la película.

 

Hablar de “Qué bello es vivir” (It´s a wonderful life) es hablar de uno de los clásicos de las navidades, por no decir el clásico de clásicos. Y es que está desde su estreno en 1946 asociado a esas fechas y en muchas casas es de obligado visionado cada año (en mi caso ese lugar lo ocupa “La vida de Brian”). Es una película que casi todo el mundo ha visto al menos en una ocasión. Y tal vez eso haga que no esté valorada como merece. Porque lo merece. Es una excelente película.

 

Tiene un guion excepcional, y las actuaciones son sobresalientes. Además creo que si logramos abstraernos de un final inolvidable y, por ello, presente en cualquier visionado, podemos disfrutar de un tono más mordaz de lo esperado, de un personaje protagonista más oscuro que la visión edulcorada que tenía en mente antes de mi última y satisfactoria visualización. Creo también que gracias a las modernas plataformas la posibilidad de ver las películas en versión original hace que crezcan las películas de forma exponencial.

 

A ver si soy capaz de explicar de una forma clara lo que pretendo: hay actores que llevo asociando toda la vida a una voz de doblaje. James Stewart es uno de ellos. Hay muchos más (Robert de Niro, Al Pacino, Jack Nicholson…) pero siento esa asociación a una voz más como un lastre que otra cosa. De hecho la voz de James Stewart (voy a decir de nuevo edulcorada) me producía rechazo desde que tengo uso de razón. Con el rechazo a esa voz, el rechazo al actor, y con el actor, a sus películas.  Pues bien: verla en versión original no solo me desprendió de ello, sino que multiplicó las sensaciones al verla por un número enorme. Creo que hay que verla así, en versión original, para apreciarla en su medida. También hay que señalar que está basada en un libro titulado "El mayor regalo" que no tuvo el menor éxito y que fue producido en lo que hoy se llamaría algo así como autopublicado. Cary Grant quiso ser el protagonista, pero el gran estudio que adquirió los derechos pronto perdió su interés y lo vendió a un pequeño estudio que se encargó de regalarle el papel a James Stewart.

 

Por último quiero decir que los clásicos, visitados sesenta o setenta años después, me siguen sorprendiendo por la calidad de sus guiones (por entonces los guionistas eran excelentes e incluso los mejores escritores eran contratados por los estudios) pero también por la vigencia que conservan, por la fina ironía que se puede encontrar en unas líneas que puede que pensamos que ya deberían estar obsoletas y resultar un tanto ridículas. Todo lo contrario. Y “Qué bello es vivir” es un perfecto ejemplo de ello: guion (uno de los guionistas fue nada menos que Dalton Trumbo, que no aparece en los créditos por precaución, por sus ideas asociadas al comunismo tan perseguido por aquel entonces), interpretaciones, dirección (excelente Frank Capra) hacen que la fama que tiene sea merecida, y que sea imprescindible volver a ella una y otra vez.

 

 

 

 

 

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