jueves, 12 de octubre de 2023

Pechos eternos

 

El nombre de Fumiko Nakajo hace escasas horas no significaba nada para mí. Nada en absoluto. A pesar de conocer parte de la literatura nipona tengo que reconocer que la poesía no es una de mis pasiones. Sin embargo sigue siendo extraño que no suene su nombre. Pues bien: Fumiko Nakajo fue una poetisa japonesa que murió pocos años después de la Segunda Guerra Mundial aquejada de un (que por aquel entonces era fulminante y que afortunadamente ha cambiado de forma positiva su porcentaje de curación) cáncer de mama.


Y Fumiko Nakajo es el personaje principal de "Pechos eternos", película basada en su vida que nos muestra a una mujer devastada por un matrimonio infeliz desde antes de llevarse a cabo. La función que está obligada a cumplir se le hace cuesta arriba, y mucho más tarde de lo que hubiese sido necesario decide divorciarse del padre de sus hijos.


Nos podemos imaginar la rémora social que supone para ella el ser una madre divorciada y las dificultades que trajo consigo. Sin embargo, en medio del dolor y la incomprensión hay sitio para el arte: y ahí, entre sus versos, sus poemas (en su país la estructura más habitual son los haikus, que tradicionalmente están formados en un envase minúsculo de tres versos con 5, 7 y 5 sílabas pero ella escribió tankas, con una estructura de cinco versos de 5, 7, 5, 7 y 7 sílabas) adquieren una relevancia no del todo deseada por ella. Y en medio de todo ello, el dolor de la enfermedad y el miedo a morir tan joven y dejar a sus hijos solos.


La película fue estrenada en 1955 y a pesar de ser la segunda dirigida por una mujer en Japón, fue la primera protagonizada, dirigida y con guion escrito por mujeres. Además su directora, prolífica actriz (Kinuyu Tanaka) que estuvo en películas dirigidas como Mizoguchi o el maestro Ozu, se valió de parte de las enseñanzas de este último para traernos un drama convertido en un clásico y con un resultado muy digno. 

Hay que destacar que Mizoguchi, que la dirigió en alguna de sus películas más importantes, se opuso con firmeza a su paso tras la cámara. Sin embargo no fue así con Ozu, que le mostró su apoyo. Creo que setenta años después de su estreno se puede seguir considerando una cinta sorprendente y transgresora.  Una película para disfrutar y sufrir al mismo tiempo. 

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