jueves, 6 de julio de 2023

Los siete samuráis

 

La acción de “Los siete samuráis” se desarrolla en un minúsculo pueblo japonés durante el siglo XVI. Ahí, entre un puñado de casas que se cuentan con los dedos de las manos, desde hace siglos malviven sus habitantes consumiendo lo poco que producen sus campos. Durante un tiempo sufren las incursiones de un grupo de bandidos que les arrebatan sus cosechas y, con ello, su propio alimento.

 

En una reunión de los escasos habitantes del pueblo éstos consultan al más anciano y toman una decisión. Enviarán emisarios a un pueblo mayor en busca de lo que parece un imposible: encontrar personas que los defiendan de los agresores, con el único pago de un par de cuencos de arroz al día. El objetivo ideal sería conseguir a experimentados samuráis, acostumbrados a luchar para los señores que los contraten. Sin embargo, el casi nulo pago hace que la expedición sea un fracaso.

 

Cuando están a punto de regresar con las manos vacías y sin esperanza alguna a su pueblo, el samurái Kanbei accede a ayudarles. Gracias a sus contactos consigue reunir un grupo de (evidentemente siete) samuráis que se instalan con ellos. Allí intentan organizar lo mejor que pueden la defensa ante un posible y previsible futuro ataque, cuando la siguiente cosecha esté ya recogida. Las relaciones entre samuráis y los habitantes serán diversas y no siempre fáciles. 

 

“Los siete samuráis” es una de las películas más conocidas del director japonés Akira Kurosawa, firmante de algunas de las mejores películas de la historia, incluida la que traemos hoy, presente de forma permanente en los listados en cuanto a calidad se refiere. En los 205 minutos de metraje se encuentran escenas difíciles de olvidar, y hay lugar para todo tipo de sentimientos, además de ser un compendio de valores tradicionales nipones. También hay que mencionar que Kurosawa no prescinde del humor, lo que es sin duda una virtud más de las muchas que tiene.

 

“Los siete samuráis” fue estrenada en 1954, en una de las décadas en las que más obras maestras produjo (de hecho su anterior película fue la maravillosa “Vivir”, adaptación de la obra de Tolostoi “La muerte de Ivan Illich”). Akira Kurosawa tuvo fama de difícil a la hora de rodar, y también de ser una persona complicada en su vida personal. El perfeccionismo que imprimía a todo lo que emprendía y que también exigía a su entorno lo llevaron a ser conocido como El emperador. Además, muchos de sus rodajes se volvieron complicados y éste fue uno de ellos. Se empeñó en rodar fuera de estudio, lo que disparó los costes y paralizó en varias ocasiones el rodaje por falta de efectivo. Sin embargo por suerte salió adelante.

 

No sé si es casualidad o cuál es la coincidencia, pero algunos de los genios japoneses de la época se quitaron la vida (Yukio Mishima y Yasunari Kawabata sirven como ejemplo) y Kurosawa lo intentó en 1971. Afortunadamente los cortes que se produjo en cuello y muñecas tras una mala racha profesional y personal no lograron el objetivo inicial y desde entonces nos pudo regalar alguna otra genialidad (entre ellas una de mis películas preferidas: “Dersu Uzala”, basada en un libro autobiográfico y rodada en Siberia). Muchas de sus películas son de obligada visión; “Los siete samuráis” es una de ellas.

 

 

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