Al hacerlo se da cuenta de que, además de su propio cuaderno de los deberes, se ha traído el de su compañero Mohamed. Eso supondrá un desastre para su amigo. Ahmed decide llevárselo a su casa para evitar el castigo. El problema es que su madre se lo impide y, además, Mohamed vive en un pueblo distinto, en una casa desconocida. Pero Ahmed al menos lo intentará.
Y sin embargo... es una película preciosa. Con una sensibilidad imposible de fingir, con una poesía en sus imágenes de la que no se puede despegar (ese camino en zigzag, esas sombras, esas puertas, esas sábanas... y por favor... ¡la flor, la florrrrrr!!!). Es difícil contar más en tan poco diálogo (es evidente que es una película lenta, ya que el argumento cabe en una línea) y con tan pocos medios. A su favor la excelente labor del heroico niño protagonista (Ahmed, el que tiene el cuaderno de su amigo) que representa esa inocencia y bondad inherente a la niñez (en un gran porcentaje) a pesar de su entorno, por lo asfixiante que sea. Y el suyo lo es.
Otro tanto a su favor es la sutileza con la que muestra esas miserias que van minando esa inocencia infantil (¿quién escucha a ese niño?) sin regocijarse en lamentos y frustración. El resultado es una película, a mi modo de ver, excelente. También es evidente que no todo el mundo la va a apreciar tanto como yo. Ellos se la pierden. (No puedo acabar sin volver a recordar esa flor. Es el resumen perfecto de lo que es la película).
No hay comentarios:
Publicar un comentario