Hirayama disfruta de su soledad, de su rutina (que comienza cada día con el ruido de una escoba barriendo cerca de su ventana), de su trabajo, de su música (brutal recopilación e integración de canciones que incluyen la canción Perfect day, de Lou Reed, y la maravillosa Feeling Good, de la incomparable Nina Simone) y de sus libros, comprados en una librería de usados, a la hora de acostarse.
Probablemente la mayor parte de la gente con la que se cruza piense que lleva una vida fallida, prescindible o errónea. Sin embargo Hirayama es capaz de encontrar belleza en esa escoba que le despierta, en su trabajo, en su música, en sus libros, en la luz que distorsiona las hojas del árbol bajo el que se sienta a comer su bocadillo cada día...
No puedo acabar sin mencionar que Hirayama es el personaje cinematográfico con el que más me he identificado en mi vida, y me pone la piel de gallina recordar cómo me hizo sentir en muchas ocasiones (por favor, esas miradas a los árboles y la luz las vivo cada día, esa relación con la música, esa relación con los libros...) sobre todo en la última y preciosa escena. Una película que no es para todo el mundo pero que lo es todo para mí. Inolvidable. Gracias, Wim Wenders.
P.D.: La próxima vez es la próxima vez. Ahora es ahora.
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