domingo, 26 de septiembre de 2021

Tres colores

 

Krysztof Kieslowski fue un director y guionista polaco que falleció hace más de veinte años. Su visión del mundo quedó plasmada en una serie de obras en las que imprimió una visión muy personal. El reconocimiento internacional le llegó con “El decálogo”, una serie de diez capítulos basados cada uno de ellos en un dilema moral que se suelen relacionar con los Diez Mandamientos de la Religión Católica, aunque el propio autor quiso desligarla de esa etiqueta.


“El decálogo” es la primera obra que vi de este autor, y he de decir que quedé maravillado con la exposición de esa visión tan acertada de cada dilema que han de afrontar los protagonistas: a pesar de que cada capítulo carece de más título que el numeral, se suele asociar cada uno a lo que trata el mismo. Por poner un ejemplo, “No matarás”. Además el lento ritmo, que invita a reflexionar y profundizar en el mensaje que nos envía es acompañado de una música difícil de igualar. Todo ello con mucho oficio, mucho talento y un presupuesto que, aparentemente, lo gastamos cada uno de nosotros en la compra semanal…

Sin embargo, el reconocimiento le llegó con las obras que hoy traemos: lo que se dio por llamar “Tres colores”. Se trata de una trilogía en la que la primera película se titula “Azul”, la segunda “Blanco” y la tercera “Rojo”. Seguramente te lo habrás imaginado y, al igual que en su “Dekalog” los títulos y los argumentos están relacionados con algo en concreto, y en esta trilogía lo está con la bandera de Francia y lo que cada color representa. Así, “Azul” nos trae una historia sobre la Libertad, “Blanco” una exposición de la igualdad (o la falta de) y “Rojo” es la película dedicada a la fraternidad.

Dado que la obra fue pensada como una unidad, tan solo voy a dar unas pinceladas de los argumentos: en la primera película la protagonista es Julie (una descomunal Juliete Binoche) que, tras perder a su marido y a su hija en un accidente de tráfico en el que ella misma sufrió daños, decide (sin conseguirlo) suicidarse. A partir de ese momento vivirá una época de negación de lo sucedido, y de intentar romper con el pasado.

En la segunda obra Karol (nombre de hombre en este caso) se encuentra en París, en un país en el que no domina el idioma y al que llegó siguiendo a su mujer, Dominique. Karol ha de enfrentarse a un juicio en el que Dominique pide el divorcio alegando (no conozco la legislación sobre ese tema en Francia en la época en la que se desarrolla la película pero la alegación parecía ser un requisito imprescindible) que, debido a su incapacidad sexual, nunca se llegó a consumar el matrimonio. La separación se produce, y Karol se queda sin vivienda, sin un lugar donde morar y enamorado de su ex esposa. La situación parece desesperada. Tan desesperada que acepta la propuesta de un extraño en un pasillo del metro parisino.

En la tercera conoceremos a Valentine, una joven modelo de pasarela que vive en Ginebra, y que en un desplazamiento hacia casa atropella a una perra. Afortunadamente, no llega a matar al animal, pero los daños que sufre hacen imperativo avisar al dueño y llevarla al veterinario. Sin embargo, al acudir a la dirección que aparece en el collar de la perra, el dueño parece recibir la noticia con indiferencia, y da la apariencia de ser una persona fría y distante. Entre ellos se inicia una relación (no amorosa) un tanto extraña que tendrá consecuencias durante todo el metraje.

Una vez terminada la trilogía he de decir que es magnífica y que la fama que le precede es totalmente merecida. También he de señalar que he visto lo mismo que en la serie de “El decálogo”: esa forma brillante de exponer una situación ante la que la forma de actuar de cada uno lo define como persona. La introspección de los personajes invita (y creo que lo consigue) a que el espectador reflexione. La utilización de símbolos es una constante y, a pesar de no comprender con profundidad y con exactitud qué quiere decir el autor, sé que cuando en una película de este autor salen palomas hay que abrir los ojos, porque llega un momento importante.

Y otro de los símbolos que tienen en común estas tres películas me parece que define exactamente el tono que quería imprimir a cada una de ellas: se trata de la visión de una anciana encorvada intentando introducir una botella de vidrio en el contenedor correspondiente. La actitud de las personas que lo observan nos da una clara imagen de lo que nos quiere decir el malogrado director.

Se da la circunstancia de que Tres colores se convirtió (desgraciadamente) en el testamento del autor polaco. Y al parecer durante el rodaje de la segunda el pobre estaba montando la primera, rodando la segunda, y escribiendo el guion de la tercera. Suponemos que tuvo que ser una tarea agotadora, más si tenemos en cuenta que estaba enfermo. A pesar de las penurias, pudo dejarnos una obra (dividida en tres) que me parece imprescindible.

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